Volantines de Carlos Almarza: Un arte en peligro de extinción

 Nacido en 1940, Carlos Almarza es uno de los últimos maestros volantineros vigentes en la Quinta Región. Se trata de una eminencia. Fanáticos del encumbrado visitan su casa para conocer su trabajo, en los barrios de Valparaíso reconocen sus diseños y la institucionalidad cultural viene rescatando su obra durante los últimos años. Su trabajo llega a Santiago con la muestra “Ascendente/Trascendente”, que estará abierta al público hasta el 31 de diciembre. 

El docente y artista plástico, Gerardo Pulido, fue invitado a colaborar en esta muestra, aportando con un contundente texto curatorial que da luces sobre aquello que distingue el talento único de este ‘artista volatinero’. “Vitrales de papel, pinturas cinéticas, collages celestiales y abstracciones voladoras” son algunas de las metáforas a las recurrió para describir este trabajo delicado y minucioso. Añade además que “arman un espectáculo tan solo al imaginarlos volando, con unas coloridas geometrías, traslúcidas por el sol, prestas a desafiar casi cualquier celeste que pudiese irradiarse arriba” y es precisamente esta característica la que se descubre en cada uno de los 150 volantines que se exhiben en la sala de Espacio Arte (Av. El Rodeo 12.777). 

 

En tiempos de reproducción incesante, importaciones mayúsculas y producciones industriales, la exposición de la Corporación Cultural de Lo Barnechea pone en valor no solo el oficio y la creatividad de Almarza, sino además el carácter lúdico y tradicional del volantín en sí mismo. Siguen siendo objetos que despiertan ganas de jugar. El mismo Almarza confiesa que “a veces me pongo en la ventana a ver cómo juegan los niños y me dan ganas de salir a jugar con ellos al volantín”.

 

Con más de 70 años de trayectoria, Carlos Almarza comenzó haciendo volantines a los 13 años para no quedar fuera de la dinámica que reinaba entre sus amigos. Sin plata para comprarlos, se dedicó a recoger piezas de cometas perdidos y desperdigados por el Cerro Barón. 

 

Así fue cómo se formó en la técnica del calado, un método de precisión milimétrica que consiste en pegar el borde de diferentes papeles hasta formar la figura del rombo, “me dicen que soy único porque uso cola fría. Los maderos los recorto muy finitos, así que la pegada mía es muy delgada, tanto que creen que mis volantines están estampados”.

 

Junto a la destreza técnica, cabe destacar que cada pieza es única; combinaciones irrepetibles de colores, formas y patrones dan vida a los volantines del Almarza.

 

Sin embargo, el oficio que tanto lo destaca está por desaparecer. “Muchos volantineros de Valparaíso dejaron de hacer volantines a mano por la maldita razón de que llegó el volantín estampado”, asegura. Para Fiestas Patrias, los volantines que adornan las calles y vuelan por el cielo, suelen ser comprados al por mayor y comercializados rápidamente. 

 

Este fenómeno, que atenta contra la confección detallada y el cuidado proceso, no ha detenido la producción de Almarza. Si bien últimamente sus volantines son comprados con fines decorativos o se exponen en museos como el MAPA y el Centex de Valparaíso, los sigue fabricando para ser encumbrados. Y, como escribió Pulido, “esta vez, expuestos en Espacio Arte, se nos propone volar fundamentalmente mirando”.

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