Llegar al suelo y así germinar

La artista nacional Marta Colvin es ampliamente reconocida por sus obras abstractas y monumentales. Gran parte de su trabajo habita el espacio público de distintas ciudades a lo largo del mundo. Sin embargo, en sus inicios fue tremendamente valorada por sus esculturas figurativas, es decir, retratos y bustos de personas reales. Aquí repasamos el comienzo de su gran trayectoria y qué importancia tiene el lenguaje figurativo en la exposición “Marta Colvin: inmensidad y forma en el paisaje”.

El terremoto de Chillán de 1939 ostenta el triste récord de víctimas fatales en la historia de los sismos en Chile, con 24.000 muertes. Marta Colvin (Ñuble, 1907-1995) tenía más de 30 años, un matrimonio, tres hijos y una única exposición colectiva en sus pergaminos, cuando sintió la naturaleza remover el piso en su tierra natal.

 

Al igual que el 97% de casas de la región, la suya se desmoronó. Piezas destruidas, estructuras derribadas, una catástrofe. 

El terremoto de Chillán marcó un punto de quiebre en su vida. Las placas tectónicas despertaron algo en Marta Colvin. Quizás su primera inquietud. Un empuje al desplazamiento. Dos meses después del sismo, se trasladó con su familia a Santiago y decidió dedicarse a la escultura ingresando a la Escuela de Bellas Artes. Fue como si algo tan violentamente natural, como el movimiento telúrico de las placas tectónicas, despertara una convicción.

 

Marta Colvin se formó como escultora mediante una enseñanza académica clásica. Es decir un lenguaje figurativo, anatomías de cuerpos realistas y referencias inmediatas. Los retratos del pintor Gustavo Carrasco o del doctor Enrique Arancibia testimonian esa formación. Representaciones reales de personas reales.

Sin embargo, las pulsiones que tenía por desprenderse de los amarres académicos la empujaron a experimentar con las formas. En el seno de su alma máter, nace una nueva convicción por desplazarse, esta vez hacia la vanguardia. 

 

Colvin presionaba a su maestro de esa etapa, el gran escultor chileno Julio Antonio Vásquez, en un tira y afloja constante que le permitió introducir abstracciones sutiles en su trabajo. Jugar con realidad y deformarla solo un poco. 

 

La escultura icónica de esos coqueteos con la escuela moderna de las artes visuales es Sylvia de 1942, obra que da la bienvenida a la muestra “Marta Colvin: inmensidad y forma en el paisaje” en la Sala de Exposiciones El Tranque, la primera antología en más de 10 años de la escultora nacional.

Sylvia es una de las más de cuarenta piezas que componen la exposición y se trata de un busto de su hija, Silvia May Colvin, donde se perciben las exploraciones de la artista hacia el modernismo que comenzaba a llegar a Chile a través de los franceses.

 

Como explica el curador nacional, Matías Allende, el cuello alargado, la composición del tronco y el uso de óxido para jugar con las sombras y los volúmenes del retrato muestran el desprendimiento de la rigurosidad con la figura humana. “Mi espíritu se debate en una lucha entre los puristas y los abstraccionistas”, decía Colvin a La Aurora de Chile a mediados de los años 40.

 

“Si bien en sus primeros años fue una escultora prolífica y altamente valorada por sus maestros, su evolución artística no se limitó a seguir una trayectoria preestablecida, sino que implicó una búsqueda consciente por desarrollar un lenguaje propio”, asegura Rosario Arellano, encargada de la Sala de Exposiciones El Tranque.

 

No fue hasta 1948, cuando es aceptada como becaria en la Escuela de Arte de París, la Grande Chaumière, que empieza como tal su periodo “moderno”. Allí, una nueva dinámica se apoderó de ella, en los que la vanguardia de las artes visuales europeas y la cercanía con grandes referentes terminó de catapultar su cambio de paradigma. 

 

La vorágine de los viajes en tren a exposiciones en Bélgica y Holanda, el caminar por el barrio de Montparnasse, sumado a las clases que recibió en el taller del escultor ruso Ossip Zadkine detuvieron su producción durante un par de años, pero la contagiaron de contemporaneidad.

“Su apuesta no solo resultó exitosa, sino que le permitió ser parte de la escena artística internacional con una voz propia, alejándose de la mera reproducción figurativa (que manejaba muy bien) para construir una obra mucho más expresiva y conceptual”, agrega Rosario Arellano.

 

Luego de su párate, percibimos a una Marta Colvin que vuelve a producir desatada. Desprendida del academicismo aprendido en Chile, se vuelca de lleno a la abstracción. Cambia la piedra por la madera y la figura humana por la naturaleza vegetal.

 

Para la directora del Museo Marta Colvin, Katerine Henríquez, “hay una búsqueda personal de ella como mujer de entender lo que la rodea. Con el tema de la abstracción, tópicos como la germinación, por estar cerca de lo agrícola de su tierra natal, comienzan a tomar relevancia”.

 

Así lo vemos en Semilla (1950) que “fue concebida luego de observar el movimiento que hacía la semilla de Ailanthus para llegar al suelo y así germinar”, dice Colvin en su libro a cargo del Bodegón Cultural Los Vilos.

El Ailanthus es un árbol decorativo que crece muy rápido y genera centenas de semillas por planta y año. Tal como lo hace su semilla -que cae para germinar con potencia-, el hogar, la cotidianeidad y las certezas de Marta Colvin en Chillán tuvieron que tocar el suelo tras el terremoto para despertar la convicción más definitiva de su carrera.

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